jueves, 15 de febrero de 2018

CUANDO LOS GRILLOS HABLAN


En aquel verano todo eran risas y juegos, amigos con quienes compartir aventuras y sueños, teníamos la mala idea de cazar grillos, le echábamos agua en sus agujeros y cuando salían los enjaulábamos para llevarlos a nuestras casas y escucharlos cantar.

Con el tiempo, el canto de estos grillos nos fue taladrando el cerebro, hasta convertirse en pensamientos estridentes y convulsivos.

 

En mi cabeza solo se oían las discusiones de mis padres y el machacante canto de estos negros bichejos, negros como mi futuro.

En la escuela el maestro enseñándonos cosas que ni el mismo sabia para que nos iban a servir y yo intentando abrir la jaula de mi mente, intentando soltar todo ese tronar.

 

Manuel, ¿por qué escribes con la letra tan pequeñita? Me pregunta Don José. Es que vi en una película que sé podian detectar los problemas de la gente a través de la escritura, y es que me siento tan pequeño. No se lo dije tan solo lo pensé y me encogí de hombros como respuesta.

 

Mi abuelo ¡que gran hombre!, todo el pueblo lo quería mucho, si podía hacerte un favor, sin duda te lo hacia. Lo que más me impresionaba de él era, aparte de su gran estatura, su apabullante silencio, como todos los de su generación conoció el terror de una guerra, que les tatuó el miedo en la sangre y el silencio en la boca, ellos educaron a sus hijos en el respeto, pero también en el miedo, aun nosotros sentimos en nuestras sienes sus grillos destrozando la comunicación entre generaciones.

 

Llorando como casi siempre, camino a casa, pesando, - si estos son amigos que será de mí cuando tenga enemigos. Mi madre, - ¿quien té a pegado esta vez? y yo mudo como una tumba, - “la madre del perro”, decía mientras trataba de saber de mis torturadores, y mis grillos me decían, - “no digas nada que mañana te dan el doble”.

 

Y así pase mi infancia, no digo que no hubo momentos buenos, que los hubo, sí, pero pesan tanto los dolorosos, que es difícil acordarse de ellos. Y así llegamos al final de la E.G.B. Don José, - que levanten la mano los que van a ir al instituto. Los empollones arriba la mano. - Que levanten la mano los que van a ir a formación profesional, y todo el resto, menos uno, arriba la mano. - Manuel ¿y tu? ¿Que vas a hacer?. Me conformo con sobrevivir, mi respuesta fue encogerme de hombros, menos mal que no dije nada. Por que me hubiesen llevado al psicólogo, que es a donde fui a para cuando mi abuela falleció.

 

Ya Freud lo dijo, todo es por culpa del sexo, me entró miedo de morirme sin haber culminado ni una sola masturbación y así que me puse manos a la obra, y fue caer en el abismo de los insomnios y en las idas y venidas al loquero, que es como llamaban mis grillos al terapeuta psicológico.

 

“No te metas en camisa de once baras”, me decía insistentemente mi madre, yo no lo entendí hasta años después, cuando ingrese por primera vez en el psiquiátrico, cuantas idas y venidas a esa institución, que lo único que conseguía era que los grillos se distrajesen un rato.

 

Y en la soledad los grillos se iban haciendo más crueles hasta el punto de empujarme por tres veces al intento de suicidio, y la muerte me miraba sonriente, “aun puedes sufrir un poco más, aun no es tu hora”. Que simpática la muy negra y bastarda.

 

Nos cambiamos de ciudad, por culpa de la crisis económica y política. ¡Dios que calor!. ¿Y esos trenes todas las noches?. Tren con destino a Valencia, tren con destino a Barcelona. Tren con destino al hospital psiquiátrico, donde te torturaban atándote a la cama, allí conocí el verdadero significado de la palabra desolación.

 

Después de mil desengaños amorosos conocí el amor, mi único amor, fueron años felices, con algún que otro tropezón, seis años y medio de ternura e ilusión, más la vida como maestra rigurosa que es, quiso enseñarme una nueva lección, y un 8 de diciembre, tras devolverme el anillo que le había dado el día anterior, mi amor con un adiós me mató.

 

Mil trabajos tuve, desde unas pocas horas, hasta un año el que más duró, aprendí que los compañeros eran solo de cartón, que clase de gente a tu petición de ayuda te dice. – ya te apañaras. En fin desilusión tras desilusión no me quedó mas remedio que acogerme a una pensión.

 

Mientras tanto los grillos seguían entonando su canción y yo haciendo oídos sordos, seguí navegando por la vida aunque sin timón. A punto de cumplir 50 años, sobrevivo, que no es poco, como puedo o me dejan, unos días en la tormenta y otros aguantando el chaparrón.

 

Manuel Sánchez Diego.

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