En una plaza cualquiera de cualquier ciudad, un hombre
estatua se prepara para su larga jornada, no hay nada mas duro que permanecer
por largo tiempo inmóvil. Pero era su oficio, el único trabajo que esta
sociedad le permitía tener. Y además le gustaba ver la cara de susto de los
pequeñines cuando se movía y descubrían que no era de piedra.
Con su frac y su sombrero de copa, totalmente dorado cual
colgantes en el cuello de un gitano, permanecía inmóvil hasta que alguna alma
caritativa le echaba una moneda, que le aliviaba el entumecimiento de los
músculos y el dolor de su estomago.
Le gustaba imaginar las vidas de los transeúntes que se
arrimaban a cronometrar cuanto tiempo pasa sin pestañear. Seguro que van a sus
trabajos sin detenerse ni a admirar la bella ciudad donde viven, seguro que ni
ven a los niños reírse a carcajadas cuando casi atrapan a la palomita que juega
con ellos, mientras trata de buscar alimento, se decía que el tenia mucha
suerte de poderse deleitar con todas las pequeñas cosas de la vida.
-Mama mira, una estatua dorada. – no es una estatua, es un
señor. – que va, si ni siquiera pestañea. – toma échale una moneda y veras. –
Aaahh!! Que susto. Se reía la madre y el novio dorado, se decía, - vamos bien
hoy ya puedo pagarme la pensión. El niño pensaba que trabajo mas aburrido hay
sin moverse y encima dando sustos, vaya chorrada, yo cuando sea mayor quiero
ser arquitecto como mi papá.
Desde lo alto de su pedestal, podía apreciar la belleza de
los escotes de las chicas amables, y se decía, a esa si que le echaba yo una
moneda en la ranura , jeje! y se reía sin apenas gesticular su cara. Pero lo
que más le gustaba era asustar a las abuelas, decía – así su corazón late mas
deprisa y vivirán mas años, y se volvía a reír.
A veces si el día había sido propicio, se daba el lujo de
comer de menú, si no al súper a comprar algo de embutido, pan, y un brig de
vino, que calentaba su cuerpo tanto tiempo a la intemperie expuesto.
Dos extranjeras, mapa desplegado en mano paseaban ceca de la
estatua, despreocupadas si saber lo que les esperaba. Una chavalita, de unos 12
años, probaba suerte hurgando en el bolso de la más bajita, nuestro gentil
caballero se dio cuenta, y de un grito asustó a la chiquilla. Cocido madrileño,
unos San Jacobos y un flan, fue la recompensa por evitar el atraco, a parte de
la grata compañía de las lozanas jovenzuelas.
- ¿Cómo usted, trabajar estatua? Pregunto la bella dama de
ojos azules y cabellos dorados. – Si tenéis tiempo os lo cuento. Y comenzó a
narrar una historia que las dejo de piedra. Acababa de salir de la academia de
policía, tenia 22 años y una novia linda, era feliz, el hombre mas feliz de la
tierra, con la que el próximo mes de mayo iba a casarse. Malditas sean las
drogas un joven ignorante puesto hasta las cejas, conduciendo un copé rojo,
segó la vida de lo que más amaba, y la suya la lanzo al mas profundo de los
abismos. A partir de entonces la locura fue su compañera y la calle su hogar.
msd.
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